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sábado, 20 de junio de 2015

Los comulgantes (1963) de Ingmar Bergman



Todo el mundo en misa, ¡menudo fiestón!
¡Ingmar Bergman, ese Dios, es gran maestro, ese genio de la cinematografía! ¡Oh madre mía, qué maravilloso legado ha dejado! Esto es lo típico que los espectadores de gustos más refinados, hipsters, gafapastas y extremadamente cultos siempre exclamarán cuando toca hablar del director sueco. Realmente hubo una época en la que, al visitar páginas especializas de cine, me sorprendía muchísimo que prácticamente todos los usuarios (casi el cien por cien) sólo vertiesen críticas y comentarios la mar de positivas y alabadoras hacia el cine de Bergman. No tardé mucho en encontrar una explicación lógica para este suceso tan extraño, obviamente los únicos capaces de soportar sus películas (y por lo tanto de enjuiciarlas) son el grupito de gente (y no va en tono ofensivo) a los que he dedicado el comienzo de este comentario. Solamente un acérrimo admirador de este cine tan pedante, tan vacío de contenido y tan presuntuosamente ''filosófico y reflexivo'' puede tener los santos cojones de soportar el visionado completo de una obra de Bergman, sin caer víctima del más inevitable de los sopores. Obviamente no estamos ante un tipo de cine mayoritario ni disfrutable (yo diría por casi nadie) por todo tipo de público, si usuarios de todo tipo le dedicasen sus respectivos comentarios a las peliculitas del señor Bergman, seguro que las alabanzas no serían tan notorias, pero afortunadamente para muchos de ellos, nunca se verán invadidos por la curiosidad de padecer alguno de sus infernales truños.

El curita está perdiendo la fe

La película ideal para transmitir buen rollo
Yo, como me considero una persona muy cinéfila, estoy por la labor de ver todo tipo de cine, y así fue como en un alarde de valentía, un día me propuse enfrentarme con la filmografía de este sueco tan glorificado (también lo hice con otros ladrillos de Fellini, Tarkovsky, etc.) y precisamente ''Los comulgantes'' fue una de las primeras ''joyitas'' de este señor que me tragué una tarde de invierno en el canal TCM del Satélite Digital. ''¡Su madre!'', decía yo, ''¡qué petardo, qué letargo, qué desestabilizadora!''. El film narra unas escasas horas de la vida de un párroco, más frío que la propia nieve de los paisajes representados en el film, que ha perdido la fe. El hombre no para de ver como el caos se apodera de todo lo que le rodea, no encuentra sentido a su vida, un feligrés (el futuro padre Merryn de ''El exorcista'', Max von Sydow) se le suicida, ama a una mujer, pero debido a su condición de católico no puede corresponderla, en fin, que se dice a sí mismo que todo es una mierda y que el supuesto Dios protector que vela por nosotros es una falsa premisa y una vulgar patraña. Con esta excusita rollo filosófica, el padre del Truño, Mister Bergman, nos clava hora y media de silencios extremos, monólogos idóneos para comenzar a roncar en el sofá y una infinidad de panorámicas de paisajes helados (muy bonitas sí, con una fotografía en blanco y negro muy contrastada y muy fina y elefante) que acaba por colmar la paciencia del espectador no entrenado y no acostumbrado a la tortura fílmica.

Aquí Max von Sydow antes de ser el padre Merrin en ''El exorcista''

La peli es tan fría con los paisajes en los que se desarrolla
El ritmo no es ya que sea lento, es que inexistente, lo mismo se puede decir de la trama, ¿qué puñetas nos aporta el film?, yo siempre he concebido una buena película como un vehículo de enganche, emoción, entretenimiento (por supuesto que posea correctos apartados técnicos) y no como un ladrillo que te incite casi al suicidio de lo pesado que supone su visionado. Pues bueno, Bergman fue uno de esos ''iluminados'' que acabó convirtiendo el aburrimiento en arte para muchos, fue uno de ésos que impuso esa para mí falsa condición de que contra más pesada sea una película, mejor es y más indicada es para el desarrollo de las mentes ''brillantes''. Con la mano en el corazón, no recomiendo ''Los comulgantes'' más que a hipsters masocas que quieran fardar de haberse tragado la filmografía de Bergman y a la vez que presuman de haber entendido todas las milongas que el sueco de marras pretendía explayar. Eso si consiguen aguantarla entera despiertos, ¡cosa mazo complicada!

Con esta cara se queda uno viendo una peli de Bergman

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